«A medida que envejecemos, nuestros cuerpos, y nuestras vidas, deberían seguir mejorando, hasta el final».Thomas Hanna
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No hay consejo más engañoso que éste: “Ahora que ya se va haciendo viejo, debe tomar las cosas con calma”. Este es el camino que conduce directamente a la decrepitud. Este consejo no sólo es debilitante, también es mortal. Este reblandecimiento, debilitación y deterioro de nuestros recursos va ocurriendo de manera gradual e insidiosa, y no por causa de la edad sino por lo que dejamos de hacer al ir envejeciendo.
Quienes creen que deberían tomar las cosas con calma porque están envejeciendo, se equivocan; los que así piensan están renunciando a sus funciones vitales poco a poco. Para la mayoría de las personas, crecer, madurar y adaptarse a la vida adulta es un acto de decadencia; un acto deliberado, y por lo regular bien calculado, de renuncia gradual a las habilidades funcionales adquiridas durante el proceso de crecimiento.
La madurez es un largo proceso de aprendizaje, durante el cual vamos formando un amplio repertorio de habilidades que nos permitan vivir la vida a plenitud, pero no siempre es así. No bien hemos adquirido ese repertorio de funciones útiles, es cuando comenzamos a dejar de utilizarlas: un ejemplo de obsolescencia bien planeada. Es irónico ver cuántas personas se quejan de que su refrigerador o su automóvil se averían, asegurando que el fabricante deliberadamente incorpora técnicas de desgaste prematuro en sus productos, cuando muchas veces tienen cuerpos que se están descomponiendo debido a las técnicas de desgaste prematuro que esas mismas personas han incorporado deliberadamente en su estilo de vida. No cabe duda, parte del sueño americano es “que otro lo haga”, con lo que se quiere dar a entender que el que logra “que otro lo haga” es una persona que ha llegado a la posición de no hacer nada, estar inactivo. Un cuerpo en traje de baño a la orilla de una alberca, acostado en una silla de playa, es la imagen americana de “que alguien lo haga”. Sin embargo, no debemos olvidar que esa es también imagen de un cuerpo muerto.
Volverse adulto significa que ya no debemos hacer las cosas que hacíamos cuando éramos niños. Los niños corren, los adultos caminamos; los niños trepan, y nosotros tomamos el elevado; los niños corren entre los árboles y nosotros los rodeamos; los niños se paran de cabeza, y nosotros nos quedamos sentados. Los niños ruedan sobre la yerba y nosotros giramos sobre el colchón, los niños saltan todo el tiempo, y nosotros encogemos los hombros todo el tiempo; los niños se ríen con exaltación y nosotros reímos con moderación; los niños son efusivos y nosotros somos cautelosos; los niños quieren diversión, y nosotros seguridad.
En resumen, convertirse en un adulto de éxito equivale a dejar de actuar como niño. El símbolo distintivo de la madurez es dejar de conducirse como un joven, pero este concepto de la madurez tiene un resultado inevitable: tan pronto como dejamos de utilizar las funciones propias de la juventud, comenzamos a perderlas, y las perdemos porque nuestro cerebro, que es un órgano de adaptación sumamente sensible, se adapta a esa falta de actividad. Si determinadas acciones dejan de ser parte de nuestro inventario conductual, el cerebro las da de baja, es decir, las olvida. El conocimiento práctico y cotidiano de cómo se sienten y cómo se ejecutan esas acciones se desvanece, y el resultado será la asm.
Fragmento de un capítulo del libro de Thomas Hanna: “Somatics,Reawakening the Mind’s Control of Movement, Flexibility, and Health”.
Traducción :Efrén Rábago – Editorial YUG
Continuará…
*(Aclaración : la asm o atrofia multisistémica, es un trastorno neurológico degenerativo, poco frecuente, que afecta las funciones involuntarias(autónomas) del cuerpo, como la presión arterial y el control motor.)
Filósofo que en la década del 70, instauró la palabra «Somática», referente a la exploración y refinamiento de la conexión mente-cuerpo.
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